domingo, 16 de octubre de 2016

PAOLO UCCELLO



El abad del monasterio de San Miniato del Monte, situado cerca de Florencia, empezaba a impacientarse. Paolo de Dono, el pintor encargado de decorar las paredes del claustro, llevaba cuatro días sin aparecer. “Y enfermo no está…” se decía el abad, perplejo. El día anterior, dos religiosos lo habían visto correr por una callejuela, como si tuviera miedo e intentara evitar ser reconocido.
Dos jóvenes frailes interrumpieron las reflexiones del abad: acababan de tropezar con el pintor “fugitivo” y le habían preguntado el motivo de su misteriosa desaparición. Uno de los frailes agrego:
-¿Sabe lo que nos ha respondido? La cosa tiene gracia. Ha dicho que no solo teme aparecer otra vez por el convento, sino que se cuida mucho de pasar por delante de las carpinterías… el abad cada vez entendía menos.
-Y parece que la culpa es nuestra padre- explicaron los frailes riendo. –Desde que maese Paolo trabaja con nosotros, no le hemos dado otra cosa para comer que queso, queso y más queso. Y dice que con todo ese queso en el cuerpo se siente tan blando, que los carpinteros, si se enteraran, lo utilizarían como engrudo para encolar las mesas.

El abad, al oir esta explicación, no pudo contener la risa. Poco después, hizo llamar al pintor, haciéndole la solemne promesa de que el queso no volvería formar parte de sus comidas, por lo menos hasta que hubiese terminado los frescos. 

Su Primer Maestro
Paolo, hijo de Dono (que desempeñaba los oficios de barbero y cirujano, al mismo tiepo) había nacido en Pratovecchio (Casentino), en 1397.
Desde pequeño demostró de manera inequívoca que no estaba dispuesto a seguir las huellas paternas. En lugar de permanecer en el establecimiento de su padre, preparando las bacías de agua caliente y las toallas de lino para los clientes, se marchaba, en cuanto podía, al grande y frecuentadísimo taller del escultor Lorenzo Ghiberti. Allí podía vérsele a la edad de diez años, cuando apenas era más alto que los bancos de trabajo, encaramado en ellos, limpiando y sacando brillo, con entusiasmo, a la gran puerta de bronce fundida por el maestro para el baptisterio.

 Paolo Uccello: Monumento a Giovanni Acuto (1436) – Florencia, Santa María del Fiore
Paolo Uccello pinto este “monumental fresco ecuestre” en honor del “condottiero” que había mandado las tropas florentinas en la batalla de Cascina, el inglés John Hawkwood, llamado en Italia Giovanni Acuto. Empleo un color determinado “tierra verde”, que imitaba al del bronce. “Si Paulo no hubiese hecho que el caballo moviera las dos patas del lado derecho al mismo tiempo, cosa que, naturalmente, no hace ningún caballo, porque se caería, esta obra seria perfecta”. Con tan divertida frase, Vasari, biógrafo del siglo XVI, reprochaba al caballo “su incorrecta manera de caminar”. Por supuesto, no llevaba razón: en primer lugar, porque el movimiento del caballo es normal (se trata del paso llamado de andadura), y en segundo, porque Uccello, al pintar al cárcel en aquella posición, pretendía darle un aspecto solemne, en armonía con el majestuoso pedestal. 




Paolo Uccello: Caza en el bosque (posterior a 1460) – Oxford, Museo Ashmolean
Esta bellísima obra constituye una sugestiva muestra de la perspectiva “uccelliana”. Bajo una vasta bóveda verde, formada por las frondas de los árboles, los troncos se hacen más delgados y espesos, a medida que se alejan hacia el fondo del cuadro, también las personas y los animales se empequeñecen progresivamente al alejarse del primer plano. Las figuras, estilizadas, resplandecen con sus vividos colores sobre el oscuro verde del bosque. Nótense también las ligeras figuras de los perros, dibujados con un sentido del movimiento que sus siluetas subrayan.



La Deliciosa Obsesión
Cuando creció, Polo se hizo amigo de los “jóvenes leones” de la nueva generación: Massaccio, Brunelleschi, Donatello. Por este último, sobre todo, sentía una ilimitada admiración, a la que Donatello correspondía generosamente, aunque, con su característica llaneza, se burlara de los que le parecía una manía de Paolo: su amor a la perspectiva.
Esta manía se convirtió, andando el tiempo, en una auténtica obsesión, tan deliciosa como incitante.
Aun después de transformarse en un austero pare de familia, con una grava y digna barba, una posición estimable entre los pintores florentinos y una responsabilidad para con sus hijos –ya crecidos- y su mujer, Paolo de Dono continuo entregándose a sus “ejercicios” de perspectiva. Así, pasaba largas horas del día y de la noche dibujando perspectivas de los más dispares objetos: no solo edificios o escorzos de calles, sino también sombreros, jarrones y copas. Durante el trabajo, no se daba cuenta de nada, su mujer, para avisarle que la comida estaba en la mesa o que había llegado la hora de acostarse, tenía que llamarlo infinidad de veces. Finalmente, Paolo salía de su ensimismamiento, miraba con estupor lo que tenía ante los ojos y, en lugar de responder, murmuraba: “¡Ah, que hermosa perspectiva!”.
Pero Paolo, además de la perspectiva, tenía otra pasión: la de los animales, en general, y la de los pájaros, en particular. De haber sido rico, seguramente habría convertido su casa en un jardín zoológico; como no lo era, no le quedaba más remedio que recurrir a su habilidad pictórica para rodearse de sus animales preferidos, cuyas reproducciones colgaban en las paredes de sus habitaciones. Pinto, sobre todo, pájaros, de mil especies y dimensiones distintas, hasta el punto de que su casa llego a parecer una inmensa jaula, llena de silenciosas pero vivacísimas aves. Ello le valió el apodo que pasaría a la posteridad: Paulo Uccello (“ucello” en italiano significa “pájaro”).
Perspectiva y amor a los animales se dan la mano continuamente en las admirables escenas que Paolo fue pintando hasta su muerte, ocurrida en el año 1475.
El legado artístico que dejo a la humanidad incluye retratos de los mejor artistas de su época. Sobre una larga tabla pinto a Giotto, “abuelo” de la pintura, a Brunelleschi, príncipe de la arquitectura; a Donatello, orgullo de la escultura…, y a el mismo, apasionado amigo de la “dulce” perspectiva.
La figura de Paolo Uccello merece un puesto entre los “maestros” de la pintura florentina de la primera mitad del siglo XV, aunque solo sea por haber dedicado toda su vida a uno de las más característicos problemas del arte de aquel tiempo: la perspectiva. En sus cuadros, los objetos y el paisaje se encuentran sabiamente dispuestos, subrayando la profundidad del ambiente en que se desarrolla la escena. Esta técnica, sin embargo, no constituye un fin en sí misma, sino un “medio” para transfigurar la realidad. Las obras de Paolo Uccello ejercen una sutil fascinación, debido a sus colores vivos y fantásticos, y –sobre todo- a su estilo “simplificado” y a esa atmosfera un poco irreal que tanto seduce a los artistas modernos.


Paolo Uccello: Batalla de San Romano (1456 – 60), detalle, Florencia, Galería de los Oficios
Esta animadísima escena bélica constituye una síntesis de los gustos y del estilo del pintor: esplendida perspectiva, vivaces figuras de animales espantados y colores plenos de una sutil poesía. Advirtamos, además, las figuras de los dos caballos caídos y la del cocea vigorosamente con sus patas. Aunque en realidad nunca se ven caballos en una posición semejante, eso no importa al pintor, que, en cambio, pretendía dar a sus figuras fuerza, dramatismo, ímpetu y potencia. Y no puede negarse que consiguió lo que intentaba.


Paolo Uccello: Retablo con las historias de la “Hostia profanada” (1467 – 69) – Urbino, Galería Nacional
Paolo Uccello tenía ya más de setenta años cuando pinto estos cuadros. A pesar de ello –como se aprecia en los dos “capítulos” reproducidos, los primeros de los seis que componen la historia-, no había perdido nada de su encantadora frescura. En la primera escena, una mujer vende a un judío una hostia consagrada. En la segunda, asistimos a un milagro: de la hostia, que el judío intentaba quemar, brota sangre, y esta atrae la atención de los esbirros. En ambas escenas se advierte el especialísimo cuidado puesto en la perspectiva, subrayada de manera muy particular por los mosaicos del pavimento y por la posición oblicua de las paredes y de los muebles que hay en la habitación.






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