domingo, 9 de octubre de 2016

ANDREA VERROCCHIO


Las negociaciones se habían llevado por ambas partes con la más exquisita y deferente cortesía. En la invitación formulada por la Señoría de Venecia al escultor florentino Andrea de Cione, más conocido por Verrocchio, se percibía un tono obsequioso y admirativo. Se trataba de levantar un monumento ecuestre, por cuenta de la Serenísima, al gran “condottiero” Bartolomeo Colleoni.
Todo empezó, pues, de la mejor manera posible. Verrocchio, jovial y activo, preparo en su taller florentino un bello modelo y trabajo en el durante un par de años con la máxima atención, cuidando hasta sus más insignificantes detalles y enviándolo luego a Venecia para que la Señoría diera su opinión.
Todo siguió por buen camino; el modelo fue aprobado y el escultor recibió de la Serenísima el encargo de fundirlo en bronce. Pero entonces, inesperadamente, las cosas empezaron a complicarse; la Señoría cambio bruscamente de opinión y decidió dividir el trabajo entre Verrocchio y otro escultor veneciano, un tal Vellano de Padua. El florentino debía encargarse del cabello y el padovano del caballero.
 ¡Por todos los diablos! A Verrocchio se le subió la sangre a la cabeza. No permitiría que los venecianos se salieran con la suya.
Como respuesta a la Señoría, agarro una pesada maza y se dedicó a asestar furibundos golpes al caballo, dejándolo con la cabeza rota y las patas hechas añicos. Después, sin pronunciar palabra, regreso a Florencia.
Los miembros de la Señoría pasaron inmediatamente al contraataque: “si te atreves a volver a Venecia –le hicieron saber- te cortaremos la cabeza”.
Pero Verrocchio tenía siempre una respuesta a flor de labios y envió una misiva llena de donaire: “no tengo la menor intención de volver a Venecia, pues sé que sois incapaces de volver a pegar las cabezas después de haberlas cortado. No hablemos, pues, de una tan preciosa como la mía…”. Y añadía al final, con sutileza de un consumado diplomático: “Yo, en cambio, sí que podría volver a colocar la cabeza de mi caballo…”
 Los venecianos acogieron esta respuesta con mucho humor y meditaron sobre la proposición: volver a colocar la cabeza del caballo… ¿Por qué no? Invitaron nuevamente a Verrocchio par que terminase, a solas y en paz, su monumento y… le doblaron el precio convenido.


Verrocchio: Monumento ecuestre de Colleoni. Venecia

Este colosal monumento de bronce, terminado después de la muerte del artista, produce una sensación de fuerza y poderío. El caballo se encuentra en pleno movimiento: una de las patas delanteras esta levantada y los músculos parecen vibrar, tensos por el esfuerzo de la marcha. De la figura del caballero, altivo y majestuoso, con el torso arrogante y las piernas rígidas sobre el arzón, se desprende una gran energía. 
La misma imperiosa decisión se nota también en el rostro, diseñado con impresionante fuerza.


Verrocchio: Dama del ramillete. Florencia, Museo del Bargello
El busto de mármol de este desconocida patricia, al que se llama “la dama del ramillete” por el manojo de flores que aprieta contra el pecho, es uno de los más exquisitos de toda la escultura del siglo XV. La expresión severa y un poco “cerrada” del rostro parece subrayar la delicadeza e los pliegues del traje y, sobre todo, el ademan de las sensibilísimas y alargadas manos.


Botones Para Capas Pluviales
Quien solo conozca la vigorosa estatua ecuestre de Colleoni, podría creer que Verrocchio se dedicó a la exclusiva realización de proyectos de gran envergadura. Y se asombraría al saber que sus primeros trabajos artísticos fueron…. ¡botones!
Por supuesto, no se trataba de simples botones de uso común, sino de elegantes adornos de oro destinados a enriquecer las suntuosas capas pluviales usadas por los eclesiásticos en las festividades importantes.
De hecho, Andrea (que había nacido en 1435) se inició como orfebre, y durante sus años de “aprendiz” desvelo los secretos de esta profesión: diseño, modelo, fusión de los metales… los preciosos trabajos que salían de sus manos, encontraban así un digno puesto en las casas patricias y enriquecían los tesoros de las iglesias.
Todo Florencia hablaba de ellos con admiración: parecía imposible que un hombre de aspecto tan rudo y de modales tan bruscos pudiera crear aquellos prodigios de delicadeza. Pero en ellos se reflejaba el espíritu de Andrea, que era generoso, sensible y capaz de apreciar las cosas mas nobles, como la música, el estudio profundo de la geometría y las apasionadas discusiones de filosofía con los “cerebros” mejor dotados de Florencia.
La valia y el temperamento corial y directo de Verrocchio atraían a su taller un numero cada vez mayor de alumnos. Entre ellos figuraban algunos que alcanzarían la celebridad: Lorenzo de Credi, el Perugino, Sandro Botticelli, Leonardo de Vinci…

Hábil para todo, pero…
Los encargos menudeaban y hasta la familia de los Medicis, la más ilustre de Florencia, acudía frecuentemente a él para encargarle trabajos…
Verrocchio trabajaba a la perfección en toda clase de obras. Su versatilidad le permitió dedicarse sucesivamente, y siempre con pleno éxito, a la escultura de bronce, al mármol, a la terracota, a la orfebrería, al dibujo….
Solo la pintura le dejo una pequeña espina clavada, A Andrea le gustaba pintar, pero sus figuras, sin dejar de ser bellas, producían cierta impresión de “sequedad”, de falta de suavidad. Le recordaban, en una palabra, que él nunca sería un gran pintor.
Y se convenció de ello cuando encargo a su mejor alumno, Leonardo de Vinci, la terminación de un cuadro: el “Bautismo de Cristo”. Al término de la obra, Andrea se quedó asombrado, acaso algo amargado. No había comparación posible entre sus propias figuras y las ejecutadas por el discípulo, que eran más suaves, llenas de luz, perfectas.
Tras un instante de reflexión, Verrocchio afirmo que no volvería a tomar un pincel en su vida, y mantuvo su palabra. En 1480 coloco sobre la fachada de la iglesia de Orsanmichele uno de sus grupos mas bellos: “La incredulidad de Santo Tomas”. Y poco después partió para Venecia, decidido a terminar la colosal estatua ecuestre para Bartolomo Colleoni.
Pero estaba escrito que no llegaría a terminarla. El artista enfermo y fallecio al poco tiempo, en 1488, cuando solo contaba 53 años de edad.




Verrocchio: David. Florencia, Museo Nacional del Bargello
La finísima ejecución de esta elegante figura de adolescente se pone de manifiesto al contemplar la obra desde cerca. Solo así pueden percibirse los sutiles matices del modelado. El cuerpo delgado, pero de proporciones perfectas, se destaca por el vestido corto y delicadamente adornado. Obsérvese con que suavidad resbala la luz sobre él, subrayando al mismo tiempo las vibraciones de los músculos. La cabeza del gigante Goliat, sabia y minuciosamente trabajada, es otro modelo en su género.


Verrocchio: Incredulidad de Santo Tomas. Florencia, Orsanmichele
Las figuras e Cristo y Santo Tomas (que observa incrédulo las llagas del Redentor), colocadas en un nicho exterior de la iglesia florentina de Orsanmichele, han suscitado la admiración general desde los tiempos de Verrocchio. El modo de tratar los ropajes, esculpidos con minucioso cuidado y ricos en pliegues que permiten obtener pintorescos efectos de claroscuro, es original y característico del artista florentino. La figura de Santo Tomas, colocada de perfil e incluso con un pie fuera del nicho, confiere al grupo una vivacidad insólita en el arte florentino.


Verrocchio: Geniecillo con delfín. Florencia, Palacio de la Señoría.
La figura festiva y alegre de este geniecillo, que aprieta contra el pecho, con aire de feliz posesión, un gran pez, es una de las más deliciosas obras de Verrocchio. Una de sus piernas regordetas se apoya sobre el surtidor de una fuente; la otra, en cambio, se mueve hacia adelante con un impulso lleno de naturalidad. Esta pierna sirve de contrapeso al pez aprisionado entre los brazos del niño. Todo ellos convierte a esta figura en un pequeño, pero perfecto trabajo de estilo.



Verrocchio: Bautismo de Cristo. Florencia, Galería de los Oficios.
Este es el único cuadro que puede apreciarse con certeza a Verrocchio. El artista, seguramente, lo ejecuto en varias etapas y con la ayuda de un alumno excepcional: Leonardo de Vinci. Debemos a este, efectivamente, el ángel de la izquierda, que sostiene las ropas del Redentor, y una parte del paisaje del fondo. Como salta a la vista, las figuras de Verrocchio son más “duras” y nerviosas;  también en los colores se aprecia mayor frialdad y falta la suave dulzura del ángel ejecutado por el gran alumno.








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