Las negociaciones se habían llevado por ambas partes con la
más exquisita y deferente cortesía. En la invitación formulada por la Señoría
de Venecia al escultor florentino Andrea de Cione, más conocido por Verrocchio,
se percibía un tono obsequioso y admirativo. Se trataba de levantar un
monumento ecuestre, por cuenta de la Serenísima, al gran “condottiero”
Bartolomeo Colleoni.
Todo empezó, pues, de la mejor manera posible. Verrocchio,
jovial y activo, preparo en su taller florentino un bello modelo y trabajo en
el durante un par de años con la máxima atención, cuidando hasta sus más
insignificantes detalles y enviándolo luego a Venecia para que la Señoría diera
su opinión.
Todo siguió por buen camino; el modelo fue aprobado y el
escultor recibió de la Serenísima el encargo de fundirlo en bronce. Pero
entonces, inesperadamente, las cosas empezaron a complicarse; la Señoría cambio
bruscamente de opinión y decidió dividir el trabajo entre Verrocchio y otro
escultor veneciano, un tal Vellano de Padua. El florentino debía encargarse del
cabello y el padovano del caballero.
¡Por todos los
diablos! A Verrocchio se le subió la sangre a la cabeza. No permitiría que los
venecianos se salieran con la suya.
Como respuesta a la Señoría, agarro una pesada maza y se
dedicó a asestar furibundos golpes al caballo, dejándolo con la cabeza rota y
las patas hechas añicos. Después, sin pronunciar palabra, regreso a Florencia.
Los miembros de la Señoría pasaron inmediatamente al
contraataque: “si te atreves a volver a Venecia –le hicieron saber- te
cortaremos la cabeza”.
Pero Verrocchio tenía siempre una respuesta a flor de labios
y envió una misiva llena de donaire: “no tengo la menor intención de volver a
Venecia, pues sé que sois incapaces de volver a pegar las cabezas después de
haberlas cortado. No hablemos, pues, de una tan preciosa como la mía…”. Y
añadía al final, con sutileza de un consumado diplomático: “Yo, en cambio, sí
que podría volver a colocar la cabeza de mi caballo…”
Los venecianos acogieron
esta respuesta con mucho humor y meditaron sobre la proposición: volver a
colocar la cabeza del caballo… ¿Por qué no? Invitaron nuevamente a Verrocchio
par que terminase, a solas y en paz, su monumento y… le doblaron el precio
convenido.
Verrocchio: Monumento ecuestre de Colleoni. Venecia
Este colosal monumento de bronce, terminado después de la
muerte del artista, produce una sensación de fuerza y poderío. El caballo se
encuentra en pleno movimiento: una de las patas delanteras esta levantada y los
músculos parecen vibrar, tensos por el esfuerzo de la marcha. De la figura del
caballero, altivo y majestuoso, con el torso arrogante y las piernas rígidas
sobre el arzón, se desprende una gran energía.
La misma imperiosa decisión se nota también en el rostro,
diseñado con impresionante fuerza.
Verrocchio: Dama del ramillete. Florencia, Museo del
Bargello
El busto de mármol de este desconocida patricia, al que se
llama “la dama del ramillete” por el manojo de flores que aprieta contra el pecho,
es uno de los más exquisitos de toda la escultura del siglo XV. La expresión
severa y un poco “cerrada” del rostro parece subrayar la delicadeza e los
pliegues del traje y, sobre todo, el ademan de las sensibilísimas y alargadas
manos.
Botones Para Capas Pluviales
Quien solo conozca la vigorosa estatua ecuestre de Colleoni,
podría creer que Verrocchio se dedicó a la exclusiva realización de proyectos
de gran envergadura. Y se asombraría al saber que sus primeros trabajos
artísticos fueron…. ¡botones!
Por supuesto, no se trataba de simples botones de uso común,
sino de elegantes adornos de oro destinados a enriquecer las suntuosas capas
pluviales usadas por los eclesiásticos en las festividades importantes.
De hecho, Andrea (que había nacido en 1435) se inició como
orfebre, y durante sus años de “aprendiz” desvelo los secretos de esta
profesión: diseño, modelo, fusión de los metales… los preciosos trabajos que
salían de sus manos, encontraban así un digno puesto en las casas patricias y enriquecían
los tesoros de las iglesias.
Todo Florencia hablaba de ellos con admiración: parecía
imposible que un hombre de aspecto tan rudo y de modales tan bruscos pudiera
crear aquellos prodigios de delicadeza. Pero en ellos se reflejaba el espíritu
de Andrea, que era generoso, sensible y capaz de apreciar las cosas mas nobles,
como la música, el estudio profundo de la geometría y las apasionadas
discusiones de filosofía con los “cerebros” mejor dotados de Florencia.
La valia y el temperamento corial y directo de Verrocchio
atraían a su taller un numero cada vez mayor de alumnos. Entre ellos figuraban
algunos que alcanzarían la celebridad: Lorenzo de Credi, el Perugino, Sandro
Botticelli, Leonardo de Vinci…
Hábil para todo, pero…
Los encargos menudeaban y hasta la familia de los Medicis,
la más ilustre de Florencia, acudía frecuentemente a él para encargarle
trabajos…
Verrocchio trabajaba a la perfección en toda clase de obras.
Su versatilidad le permitió dedicarse sucesivamente, y siempre con pleno éxito,
a la escultura de bronce, al mármol, a la terracota, a la orfebrería, al
dibujo….
Solo la pintura le dejo una pequeña espina clavada, A Andrea
le gustaba pintar, pero sus figuras, sin dejar de ser bellas, producían cierta
impresión de “sequedad”, de falta de suavidad. Le recordaban, en una palabra,
que él nunca sería un gran pintor.
Y se convenció de ello cuando encargo a su mejor alumno,
Leonardo de Vinci, la terminación de un cuadro: el “Bautismo de Cristo”. Al
término de la obra, Andrea se quedó asombrado, acaso algo amargado. No había
comparación posible entre sus propias figuras y las ejecutadas por el
discípulo, que eran más suaves, llenas de luz, perfectas.
Tras un instante de reflexión, Verrocchio afirmo que no
volvería a tomar un pincel en su vida, y mantuvo su palabra. En 1480 coloco
sobre la fachada de la iglesia de Orsanmichele uno de sus grupos mas bellos:
“La incredulidad de Santo Tomas”. Y poco después partió para Venecia, decidido
a terminar la colosal estatua ecuestre para Bartolomo Colleoni.
Pero estaba escrito que no llegaría a terminarla. El artista
enfermo y fallecio al poco tiempo, en 1488, cuando solo contaba 53 años de
edad.
Verrocchio: David. Florencia, Museo Nacional del Bargello
La finísima ejecución de esta elegante figura de adolescente
se pone de manifiesto al contemplar la obra desde cerca. Solo así pueden
percibirse los sutiles matices del modelado. El cuerpo delgado, pero de
proporciones perfectas, se destaca por el vestido corto y delicadamente
adornado. Obsérvese con que suavidad resbala la luz sobre él, subrayando al
mismo tiempo las vibraciones de los músculos. La cabeza del gigante Goliat,
sabia y minuciosamente trabajada, es otro modelo en su género.
Verrocchio: Incredulidad de Santo Tomas. Florencia, Orsanmichele
Las figuras e Cristo y Santo Tomas (que observa incrédulo
las llagas del Redentor), colocadas en un nicho exterior de la iglesia
florentina de Orsanmichele, han suscitado la admiración general desde los
tiempos de Verrocchio. El modo de tratar los ropajes, esculpidos con minucioso
cuidado y ricos en pliegues que permiten obtener pintorescos efectos de claroscuro,
es original y característico del artista florentino. La figura de Santo Tomas,
colocada de perfil e incluso con un pie fuera del nicho, confiere al grupo una
vivacidad insólita en el arte florentino.
Verrocchio: Geniecillo con delfín. Florencia, Palacio de la
Señoría.
La figura festiva y alegre de este geniecillo, que aprieta
contra el pecho, con aire de feliz posesión, un gran pez, es una de las más
deliciosas obras de Verrocchio. Una de sus piernas regordetas se apoya sobre el
surtidor de una fuente; la otra, en cambio, se mueve hacia adelante con un
impulso lleno de naturalidad. Esta pierna sirve de contrapeso al pez
aprisionado entre los brazos del niño. Todo ellos convierte a esta figura en un
pequeño, pero perfecto trabajo de estilo.
Verrocchio: Bautismo de Cristo.
Florencia, Galería de los Oficios.
Este es el único cuadro que puede
apreciarse con certeza a Verrocchio. El artista, seguramente, lo ejecuto en
varias etapas y con la ayuda de un alumno excepcional: Leonardo de Vinci.
Debemos a este, efectivamente, el ángel de la izquierda, que sostiene las ropas
del Redentor, y una parte del paisaje del fondo. Como salta a la vista, las
figuras de Verrocchio son más “duras” y nerviosas; también en los colores se aprecia mayor
frialdad y falta la suave dulzura del ángel ejecutado por el gran alumno.
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